En este apartado trabajaremos con el modelo de cinco competencias que expone Daniel Goleman en su libro «Inteligencia Emocional», y que tiene su origen en la primera formulación de Mayer y Salovey.
Sus componentes son:
1. El conocimiento de las propias emociones
2. La capacidad de controlar las emociones
3. La capacidad de motivarse a uno mismo
4. El reconocimiento de las emociones ajenas
5. El control de las relaciones
1. Autoconocimiento emocional (o conciencia de uno mismo)
En este concepto encontramos la clave de la Inteligencia Emocional ya que el buen conocimiento de nuestras propias emociones, justo en el momento en que están ocurriendo, hará que podamos controlarlas, evitando de este modo que quedemos a su merced, es decir, gracias a este autoconocimiento emocional nos encaminamos a otro elemento esencial que es la capacidad de desembarazarse de los estados de ánimo negativos.
Así, y atendiendo a esto, nos encontraríamos con tres tipos de personas (según su manera de atender o prestar atención a sus emociones):
– Personas conscientes de sí mismas
– Personas atrapadas en sus emociones
– Personas que aceptan resignadamente sus emociones.
2. Autocontrol emocional (o autorregulación)
¿Quién no ha estado alguna vez enfadado? Seguramente todos han sentido en algún momento esta emoción, porque razones para estar enfadados siempre hay, aunque ya veremos que éstas raramente son buenas.
El autocontrol emocional nos permite no dejarnos llevar por los sentimientos del momento. Las personas que no poseen esta habilidad caen constantemente en estados de inseguridad mientras que los que tienen un buen control emocional tienden a recuperarse más rápidamente de los contratiempos de la vida.
El enfado parece ser el estado de ánimo más persistente y difícil de controlar, ya que nuestros pensamientos internos nos van a dar siempre una variedad de argumentos convincentes para justificar el hecho de poder descargar este enojo sobre alguien. De esta forma, cuantas más vueltas le demos a aquello que ha suscitado nuestro enfado, más razones y justificaciones encontraremos para seguir enfadados.
3. Automotivación
Un aspecto esencial si queremos lograr nuestro objetivo es no fijar nuestra atención en los obstáculos, sino en cómo superarlos. De nada nos sirve una mente inteligente si antes el primer obstáculo nos derrumbamos porque las cosas no van como desearíamos que fuesen.
En un estudio realizado con niños de unos cuatro años de edad se llevó a cabo una situación (test de la golosina) en la que se dejaba a un niño solo en una habitación con un plato lleno de golosinas. Se le decía que podían coger una golosina, pero que si esperaba a que regresara el terapeuta le darían dos.
Años más tarde se comprobó que aquellos niños que habían resistido la tentación, es decir, no cogieron la golosina y tuvieron paciencia para conseguir dos, eran socialmente más competentes, tenían mayor eficacia personal, eran más emprendedores, más capaces de afrontar las frustraciones de la vida, pocos atraídos a desmoronarse, no se quedaban sin respuesta cuando se les presionaba ni se desconcentraban, afrontaban los riesgos, confiaban en sí mismos y eran más honrados y responsables.
Los que sí cogieron la golosina eran más temerosos de los contactos sociales, más testarudos, más indecisos, más perturbados por las frustraciones, se quedaban paralizados ante situaciones tensas, eran desconfiados, celosos, envidiosos, reaccionaban desproporcionadamente a las tensiones y tenían más tendencia a enzarzarse en disputas y peleas.
4. Reconocimiento de emociones ajenas (o empatía)
La empatía es la capacidad que nos permite saber lo que sienten los demás y cuya clave está en captar los mensajes no verbales (así, por un lado tenemos que la mente racional se transmite a través de las palabras y, por otro, que la mente emocional se transmite a través del lenguaje no verbal).
Algunos estudios han demostrado que lo que nos está realmente influyendo cuando recibimos un mensaje no es tanto el qué se transmite (el contenido del mensaje) sino el cómo se está transmitiendo (la forma de hacerlo), ya que es aquí, en el cómo, donde se perciben el tono de voz, timbre, gestos… que se captan de una forma inconsciente (seguramente alguna vez habéis dicho eso de «no sé porqué, pero ha habido algo que no me ha gustado»; en este ejemplo vemos claramente que de una forma inconsciente hemos percibido algo en el tono de voz o en los gestos del interlocutor que nos estaba haciendo sentir mal).
5. Relaciones interpersonales (o habilidades sociales)
Esta última área consiste en la capacidad de conocer los sentimientos de los demás y de hacer algo para transformarlos. El requisito fundamental para llegar a controlar las emociones de los demás consiste en el desarrollo de dos habilidades emocionales de las que hemos hablado anteriormente: el autocontrol y la empatía.
Estas aptitudes sociales garantizan la eficacia en el trato con los demás.
Al relacionarnos con los demás estamos emitiendo señales emocionales que afectan a los que nos rodean. Cabe decir el hecho de que las emociones son contagiosas (de una forma sutil), de forma que si alguien nos contesta de manera airada nos sentiremos enfadados, y si alguien que está feliz se sienta a nuestro lado y empieza a hablarnos y reir, acabaremos riendo con él.
Así, este arte de relacionarse con los demás es la capacidad de producir sentimientos en los demás. Esta habilidad es la base en la que se sustenta la popularidad, el liderazgo y la eficiencia interpersonal. Las personas con esta cualidad son más eficientes en todo lo que dice relación con la interacción entre individuos.